margaly
02-mar-2009, 09:53
La defensa de los animales y el desprecio por el hombre
Es muy común que aquellos que luchan por la defensa de los derechos de los animales sean atacados acusándoles de despreciar al hombre y sus tragedias. Esta estrategia es tan burda como mezquina.
Julio Ortega Fraile de Maltrato Animal: Un Crimen Legal | Para Kaos en la Red | 1-3-2009
www.kaosenlared.net/noticia/defensa-animales-desprecio-hombre
"Os preocupáis por los perros, por los toros o las gallinas cuando hay seres humanos muriendo en las guerras, por culpa del hambre, de las enfermedades o existiendo familias sumidas en la tragedia del desempleo...". Esta frase, con todas las variantes que se quiera, es probablemente el argumento más empleado como ataque hacia las personas y colectivos comprometidos en la lucha por erradicar el maltrato a los animales, y de él se valen tanto los que tienen algún interés particular en la continuidad de la tauromaquia, de la caza, de la industria peletera o de las peleas de gallos entre otras muchas modalidades de crueldad, como los que sin estar relacionados con cualquiera de esas salvajadas e incluso a veces sin que les atraigan especialmente, reaccionan con una embestida desquiciada contra los defensores de los derechos de los animales cada vez que estos denuncian, informan, protestan o exigen la atención de los ciudadanos ante estos hechos y requieren la intervención de la Administración en los mismos para garantizar la protección y el bienestar de estos seres cuyo desamparo es un drama constante.
Cuando los sectores involucrados en la explotación animal repelen las críticas con una defensa de sus acciones basada en la necesidad de las mismas, su conveniencia o lo beneficioso de su existencia, lo habitual es que utilicen razonamientos vacíos de cordura, ética y credibilidad, pero en cualquier caso exponen el porqué de su postura continuista. Es el caso de los taurófilos cuando afirman que el toro no sufre, que disfruta con su tortura en la plaza o que es la "Fiesta más culta" de España; o el de los cazadores al asegurar que con sus deportivas matanzas contribuyen al equilibrio ecológico y a la conservación de las especies; también el de los laboratorios de experimentación indicando que la utilización de animales a través del envenenamiento, la mutilación, las quemaduras, la vivisección, los implantes o el sometimiento a condiciones extremas, es absolutamente necesaria e insustituible. Para el resto de formas de maltrato con frecuente resultado de muerte se pueden aplicar justificaciones similares esgrimidas tanto por aquellos para los que constituyen un negocio, como para los que suponen una diversión o pasatiempo del que no quieren prescindir en modo alguno.
Pero si los motivos aducidos a los que acabo de referirme rozan a menudo el absurdo cuando no entran directamente en la categoría de degeneración consciente de la realidad, llegamos al colmo de la necedad al tropezarnos con lo que podríamos denominar "la solidaridad excluyente" o "los compromisos antagónicos". Es muy común encontrarse entre los comentarios a los artículos acerca del maltrato a los animales o referentes a su carencia casi absoluta de derechos en nuestra Sociedad, mensajes que tratan de rebatir lo expuesto por el autor del principal mediante la enumeración de problemas que afectan al hombre, a menudo cuestiones terribles como las mencionadas en la primera línea. Según esa interpretación, la defensa de los animales y la del hombre se convierten en dos cuestiones similares al estornudar y el mantener los ojos abiertos a un tiempo, es imposible hacer las dos cosas a la vez. Así que la pregunta es la siguiente: ¿denunciar por ejemplo que muchos galgueros ahorcan a sus perros cuando ya no les sirven es realmente incompatible con manifestarse por las matanzas de civiles en el Congo o contra la indefensión del obrero frente a los que manejan el capital?. Creo que ni una sola de las personas que emplean una premisa tan necia sería capaz de demostrar su validez utilizando la razón. Pero hay otro dato que resulta curioso al respecto, esta estrategia tan burda no es utilizada contra los que trabajan en la defensa de otras formas de vida presentes en la Naturaleza; no oiremos a alguien arremeter con tales armas hacia los que luchan por acabar con la contaminación de los mares, la destrucción de la capa de ozono o la tala de bosques. Por lo tanto parece ser que la imposibilidad de compaginar la preocupación por los males del hombre con otro tipo de desvelos, sólo se presenta cuando condenamos el trato espantoso que reciben los animales. Llegados a este punto la cuestión comienza a oler demasiado a un intento de ensuciar la imagen y la credibilidad de los grupos animalistas y el modo de hacerlo, tan estúpido como mezquino, es intentar convencer a la Sociedad de que estas personas que manifiestan su rechazo a la indulgencia del Código Penal ante aquel que mata gatos a pedradas y los exhibe en internet o expresando su repulsa porque un Gobierno permita y subvencione el que un toro sea perseguido y atravesado por lanzas, desprecian al hombre y al igual que se rebelan contra el encierro y posterior desollamiento de un visón, permanecen indiferentes ante la suerte de los presos de Guantánamo, la aplicación de la pena de muerte o los talleres clandestinos con esclavos orientales. Se trata de esparcir porquería sobre ellos, una suciedad moral inventada, una crítica de sus valores basada en postulados falaces, una hipocresía perfectamente conocida por los que la utilizan pero que con tal de conseguir sus objetivos, por salvaguardar aquello que constituye su interés económico o de esparcimiento aunque implique sufrimiento y muerte de seres vivos, no dudan en emplear; es el "difama que algo queda".
No soy ajeno al mundo de la lucha contra el maltrato animal; tengo relación continuada y profunda con un buen número de sus integrantes y puedo asegurar que en la gran mayoría de los casos, son personas cuyas inquietudes no se limitan a la tortura padecida por un elefante en un circo, al dolor que experimenta un corzo cuando le disparan, a la agonía de un toro durante una corrida o a la angustia extrema de una oca alimentada de modo forzoso para aumentar el tamaño de su hígado diez veces, sino que también les atormenta la miseria de los hombres, su marginación, la violencia de unos sobre otros o los horribles casos de injusticia y desigualdad que se dan en la raza humana. Quien hoy sujeta una pancarta pidiendo una Ley de Protección de los Animales más efectiva y completa, mañana es capaz de gritar junto a los que han sido despedidos por un ERE oportunista o en contra del envío de tropas a misiones de guerra. Los animalistas suelen ser personas de mente abierta, progresistas, preocupadas por cualquier tipo de sometimiento, esclavitud o persecución, sus acciones están movidas por la generosidad y no por colmar ambiciones materiales, cebar su egocentrismo u obtener algún tipo de beneficio personal, más allá de la satisfacción por contribuir a hacer de este mundo un lugar menos tenebroso. También conozco gente que es acérrima defensora de la caza, de la tauromaquia, a la que le trae sin cuidado que los perros sean sacrificados en las perreras, que disculpan al que quema vivo a un gato o que afirman que los gallos llamados "de pelea" han nacido para eso, pelear. A estos últimos, cuyo desdén hacia los animales es absoluto, tampoco les suele importar que haya presos en el corredor de la muerte, que se apalee a un indigente o que se hunda un cayuco con sesenta inmigrantes a bordo. Piensan en ellos y sólo en ellos; en dar gusto a sus instintos y pasiones aunque eso suponga sufrimiento para otros; normalmente no se les ve en ninguna manifestación para defender a un colectivo al que no pertenecen, a lo sumo se organizan para llevar a cabo una concentración de cazadores en Madrid, extienden su brazo para intentar agredir al que salta al ruedo en medio de una corrida pidiendo el fin de la tauromaquia o elevan su voz para llamar "ecolojeta", "maricón" o "rojo" al que ven diferente y por lo tanto, lo consideran peligroso, degenerado e indeseable.
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Es muy común que aquellos que luchan por la defensa de los derechos de los animales sean atacados acusándoles de despreciar al hombre y sus tragedias. Esta estrategia es tan burda como mezquina.
Julio Ortega Fraile de Maltrato Animal: Un Crimen Legal | Para Kaos en la Red | 1-3-2009
www.kaosenlared.net/noticia/defensa-animales-desprecio-hombre
"Os preocupáis por los perros, por los toros o las gallinas cuando hay seres humanos muriendo en las guerras, por culpa del hambre, de las enfermedades o existiendo familias sumidas en la tragedia del desempleo...". Esta frase, con todas las variantes que se quiera, es probablemente el argumento más empleado como ataque hacia las personas y colectivos comprometidos en la lucha por erradicar el maltrato a los animales, y de él se valen tanto los que tienen algún interés particular en la continuidad de la tauromaquia, de la caza, de la industria peletera o de las peleas de gallos entre otras muchas modalidades de crueldad, como los que sin estar relacionados con cualquiera de esas salvajadas e incluso a veces sin que les atraigan especialmente, reaccionan con una embestida desquiciada contra los defensores de los derechos de los animales cada vez que estos denuncian, informan, protestan o exigen la atención de los ciudadanos ante estos hechos y requieren la intervención de la Administración en los mismos para garantizar la protección y el bienestar de estos seres cuyo desamparo es un drama constante.
Cuando los sectores involucrados en la explotación animal repelen las críticas con una defensa de sus acciones basada en la necesidad de las mismas, su conveniencia o lo beneficioso de su existencia, lo habitual es que utilicen razonamientos vacíos de cordura, ética y credibilidad, pero en cualquier caso exponen el porqué de su postura continuista. Es el caso de los taurófilos cuando afirman que el toro no sufre, que disfruta con su tortura en la plaza o que es la "Fiesta más culta" de España; o el de los cazadores al asegurar que con sus deportivas matanzas contribuyen al equilibrio ecológico y a la conservación de las especies; también el de los laboratorios de experimentación indicando que la utilización de animales a través del envenenamiento, la mutilación, las quemaduras, la vivisección, los implantes o el sometimiento a condiciones extremas, es absolutamente necesaria e insustituible. Para el resto de formas de maltrato con frecuente resultado de muerte se pueden aplicar justificaciones similares esgrimidas tanto por aquellos para los que constituyen un negocio, como para los que suponen una diversión o pasatiempo del que no quieren prescindir en modo alguno.
Pero si los motivos aducidos a los que acabo de referirme rozan a menudo el absurdo cuando no entran directamente en la categoría de degeneración consciente de la realidad, llegamos al colmo de la necedad al tropezarnos con lo que podríamos denominar "la solidaridad excluyente" o "los compromisos antagónicos". Es muy común encontrarse entre los comentarios a los artículos acerca del maltrato a los animales o referentes a su carencia casi absoluta de derechos en nuestra Sociedad, mensajes que tratan de rebatir lo expuesto por el autor del principal mediante la enumeración de problemas que afectan al hombre, a menudo cuestiones terribles como las mencionadas en la primera línea. Según esa interpretación, la defensa de los animales y la del hombre se convierten en dos cuestiones similares al estornudar y el mantener los ojos abiertos a un tiempo, es imposible hacer las dos cosas a la vez. Así que la pregunta es la siguiente: ¿denunciar por ejemplo que muchos galgueros ahorcan a sus perros cuando ya no les sirven es realmente incompatible con manifestarse por las matanzas de civiles en el Congo o contra la indefensión del obrero frente a los que manejan el capital?. Creo que ni una sola de las personas que emplean una premisa tan necia sería capaz de demostrar su validez utilizando la razón. Pero hay otro dato que resulta curioso al respecto, esta estrategia tan burda no es utilizada contra los que trabajan en la defensa de otras formas de vida presentes en la Naturaleza; no oiremos a alguien arremeter con tales armas hacia los que luchan por acabar con la contaminación de los mares, la destrucción de la capa de ozono o la tala de bosques. Por lo tanto parece ser que la imposibilidad de compaginar la preocupación por los males del hombre con otro tipo de desvelos, sólo se presenta cuando condenamos el trato espantoso que reciben los animales. Llegados a este punto la cuestión comienza a oler demasiado a un intento de ensuciar la imagen y la credibilidad de los grupos animalistas y el modo de hacerlo, tan estúpido como mezquino, es intentar convencer a la Sociedad de que estas personas que manifiestan su rechazo a la indulgencia del Código Penal ante aquel que mata gatos a pedradas y los exhibe en internet o expresando su repulsa porque un Gobierno permita y subvencione el que un toro sea perseguido y atravesado por lanzas, desprecian al hombre y al igual que se rebelan contra el encierro y posterior desollamiento de un visón, permanecen indiferentes ante la suerte de los presos de Guantánamo, la aplicación de la pena de muerte o los talleres clandestinos con esclavos orientales. Se trata de esparcir porquería sobre ellos, una suciedad moral inventada, una crítica de sus valores basada en postulados falaces, una hipocresía perfectamente conocida por los que la utilizan pero que con tal de conseguir sus objetivos, por salvaguardar aquello que constituye su interés económico o de esparcimiento aunque implique sufrimiento y muerte de seres vivos, no dudan en emplear; es el "difama que algo queda".
No soy ajeno al mundo de la lucha contra el maltrato animal; tengo relación continuada y profunda con un buen número de sus integrantes y puedo asegurar que en la gran mayoría de los casos, son personas cuyas inquietudes no se limitan a la tortura padecida por un elefante en un circo, al dolor que experimenta un corzo cuando le disparan, a la agonía de un toro durante una corrida o a la angustia extrema de una oca alimentada de modo forzoso para aumentar el tamaño de su hígado diez veces, sino que también les atormenta la miseria de los hombres, su marginación, la violencia de unos sobre otros o los horribles casos de injusticia y desigualdad que se dan en la raza humana. Quien hoy sujeta una pancarta pidiendo una Ley de Protección de los Animales más efectiva y completa, mañana es capaz de gritar junto a los que han sido despedidos por un ERE oportunista o en contra del envío de tropas a misiones de guerra. Los animalistas suelen ser personas de mente abierta, progresistas, preocupadas por cualquier tipo de sometimiento, esclavitud o persecución, sus acciones están movidas por la generosidad y no por colmar ambiciones materiales, cebar su egocentrismo u obtener algún tipo de beneficio personal, más allá de la satisfacción por contribuir a hacer de este mundo un lugar menos tenebroso. También conozco gente que es acérrima defensora de la caza, de la tauromaquia, a la que le trae sin cuidado que los perros sean sacrificados en las perreras, que disculpan al que quema vivo a un gato o que afirman que los gallos llamados "de pelea" han nacido para eso, pelear. A estos últimos, cuyo desdén hacia los animales es absoluto, tampoco les suele importar que haya presos en el corredor de la muerte, que se apalee a un indigente o que se hunda un cayuco con sesenta inmigrantes a bordo. Piensan en ellos y sólo en ellos; en dar gusto a sus instintos y pasiones aunque eso suponga sufrimiento para otros; normalmente no se les ve en ninguna manifestación para defender a un colectivo al que no pertenecen, a lo sumo se organizan para llevar a cabo una concentración de cazadores en Madrid, extienden su brazo para intentar agredir al que salta al ruedo en medio de una corrida pidiendo el fin de la tauromaquia o elevan su voz para llamar "ecolojeta", "maricón" o "rojo" al que ven diferente y por lo tanto, lo consideran peligroso, degenerado e indeseable.
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